jueves, 19 de septiembre de 2013

"Los habitantes del bosque", de Thomas Hardy

Los habitantes del bosque, de Thomas Hardy (Impedimenta, 2012)

Título: Los habitantes del bosque
Autor: Thomas Hardy (1840-1928)
Género: Novela
Primera edición: Harper's Bazar
, 1887, con el título The Woodlanders.
Edición comentada: Impedimenta, 2012, traducida por Roberto Frías.

Thomas Hardy mantuvo una relación ambigua con la novela, género literario en el que acabaría siendo un verdadero maestro. Su objetivo inicial como escritor no era consagrarse a ella sino a la poesía, y así lo hizo, en un principio sin demasiado éxito. No obstante, a la poesía volvería en los últimos años de su vida, tratando de sacudirse la presión a la que le sometían los críticos y ciertos sectores de la sociedad que no veían con buenos ojos sus afilados ataques narrativos al espíritu victoriano de la época.
Así que Hardy quiso ser poeta (lo fue, en cualquier caso) y acabó convirtiéndose en uno de los grandes novelistas del siglo XIX, como si el destino no se dignara escuchar sus deseos. Y algo de esa predestinación la encontramos en la novela que hoy nos ocupa, Los habitantes del bosque (1887), publicada por la editorial Impedimenta en 2012, con traducción comentada y posfacio de Roberto Frías. 
Hardy narra en Los habitantes del bosque los desencuentros que se dan entre los miembros de un grupo de personajes que viven en Little Hintock, una pequeña y aburrida población dominada por un bosque cercano (personaje omnisciente en la obra) en la que aparentemente nunca pasa nada, algo de lo que se quejan algunos de sus aldeanos. Pero no conviene despreciar las posibilidades dramáticas de la rutina, pues tarde o temprano, conducida por la pluma de los grandes autores, puede acabar volviéndose contra quienes la eligen (o más bien la sufren) como forma de vida.
El Little Hintock de Hardy podría ser tomado como denuncia literaria de los males provocados por  la inmovilista y puritana sociedad victoriana, que en el siglo XIX estampaba con fiereza sus normas en el pensamiento consciente (e inconsciente) de una población sin capacidad de resistencia. 
La novela aborda un tipo de relaciones humanas que están condenadas de antemano al fracaso. La joven y atractiva Grace Melbury, hija de un exitoso empresario del sector maderero, regresa a su pueblo tras recibir una exquisita educación. Pero este refinamiento de poco le va a servir en un lugar tan gris y provinciano como Little Hintock. El sidrero Giles Winterborne, el hombre con el que debe casarse por imperativo de una deuda moral contraída por el padre de la chica, tiene buen fondo y está  enamorado de ella, pero carece de exquisitez; no se encuentra, en definitiva, a la altura de Grace, pese a que durante la infancia y la adolescencia, cuando la distinción social aún no lo era todo, habían sido buenos compañeros de juegos. Quien sí parece dar el tipo es Edred Fitzpiers, un médico apasionado por los nuevos avances filosóficos y científicos, que a la larga se convierte en un problema porque, entre otros motivos, se revela con un nivel intelectual y social superior al de Grace. A Fitzpiers, por su parte, le atrae la exquisita y casquivana señora Charmond, que se encuentra sola y afligida, pese a sus grandes riquezas y a sus muchos amantes. Y para cerrar el círculo del quiero-pero-no-puedo, de amores y desamores, de deseos por una parte y obligaciones culturales por otra, Hardy creó el personaje de la pobre y sufrida Marty South, enamorada de un Winterborne que está –¡una vez más!– por encima de sus posibilidades. Todos ellos viven empujados y a la vez frenados por rigoristas pulsiones sociales, cual corriente de lava que arrasa todo lo verdaderamente humano que encuentra a su paso. 
Pero el amor, esa florecilla testaruda que crece incluso entre las grietas del asfalto, se revela como un elemento narrativo que pretende compensar la ausencia de libertad que acogota a los personajes de Los habitantes del bosque. Estos, a priori exentos del libre albedrío, abrazan, aunque sea tímidamente, ese amor que podría permitirles olvidarse, aunque fuera momentáneamente, de su determinismo. 
La novela aglutina algunos sucesos pintorescos, aquí y allá, que me recuerdan a ciertos cuentos orientales: la chica pobre pero hermosa que ha de cortarse y vender su cabello para que la rica del lugar pueda hacerse una peluca, el doctor que compra –para su estudio– el cerebro de una anciana, el padre rico que compromete en matrimonio a su bella hija con un joven del que no está enamorado… 
Los elementos clave de la trama están muy bien engarzados, pero si hay algo que llama poderosamente la atención del lector es la sutileza y destreza con la que Hardy retrata, con un estilo minucioso, plástico, el paisaje de fondo, esa Naturaleza en estado puro gobernada, al igual que los seres humanos, por fuerzas insondables. 
Los habitantes del bosque es un gran libro de un autor en estado de gracia. Resulta extraño que pese a su calidad (el propio Hardy la consideraba su novela preferida) no goce aún del reconocimiento y la fama de otras obras suyas, como Jude el oscuro o Lejos del mundanal ruido. Impedimenta se anota un buen tanto al publicar una obra que hasta ese momento –aquí de nuevo mi perplejidad– permanecía inédita en castellano.  


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